Exposición permanente

Estancias imaginadas [I]

Reconstruir la historia de una casa invita a transitar sus espacios y conocer quiénes la moraron, pero hacerlo, además, acudiendo a los diferentes instantes y maneras en que todo ello existió. La historia no es única ni exacta, los momentos son siempre múltiples y variables. Por esto mismo, la interpretación del patrimonio supone el desarrollo de un proceso creativo que debe activar y combinar, de manera equilibrada, conocimientos y emociones.

Estancia remite al espacio de una habitación, pero también al periodo de tiempo que alguien permanece en ella. E imaginar tiene tanto de vuelo libre de la inventiva, como de capacidad para representar con imágenes. Partiendo y jugando con estas dualidades, se propone aquí un ejercicio interpretativo que busca activar varios extremos: por un lado, la referencia del acontecer en estos lugares de la casa, de cuáles fueron sus usos y ocupantes; por otro, la incorporación de un imaginario diverso, a priori inconexo con ella, pero propuesto como diálogo posible con la historia del arte; y, en consecuencia, el recorrido por una selección de obras de la colección LM, agrupadas bajo la temática o ideas fundamentales que sugiere cada ámbito.

La cuadra (metáforas y alegorías)

Ayer, lugar para las bestias; hoy, entrada a un museo. De aquel entonces se mantiene apenas un vetusto dornajo, enorme tronco vaciado que años atrás sirvió para el alimento de los animales, pero que devino con el tiempo en magnífico volumen de belleza sorprendente. Inmersos en la urbe, no hay espacio ya para cuadras ni caballos. Todo tiene su momento. Cambian los usos, las miradas, la necesidad. Cual compleja alegoría, aquellos seres y objetos, antes básicos y funcionales, se convierten ahora, ilusiones de ellos mismos, en protagonistas y representación de nuevas ideas, pero que acaso hablen en realidad de nosotros, de nuestros miedos y anhelos, de la libertad o el recuerdo, la muerte y la pervivencia, o la ironía y el humor.

El jardín (naturaleza y artificio)

Cultivar la naturaleza –sean el huerto o el jardín que aquí siempre hubo– implica la intervención humana, activando una ordenación artificial en aquello que admiramos como espontáneo. De hecho, la idea misma de naturaleza se antoja artificio, toda vez que es nuestra mirada quien la reconoce y dimensiona. Representar el jardín complica aún más la ecuación, pues devendría en simulacro de un simulacro.
Con todo, y sin embargo, no se trata de un problema de verosimilitud; la cuestión no es, necesariamente, cuán parecida es la rosa pintada a la flor crecida, sino, precisamente, cómo ha sido cultivada y a través de qué cristal la apreciamos.

El cielo (aire y cosmos)

Sobre el jardín, la inmensa bocanada del alisio zarandea las ramas de su ciruelo, retorciendo en un giro más el tronco férreo. En otro tiempo en este espacio solo hubo luz y aire, alternando con el oscuro imponente del cosmos, que aplasta la tierra cada noche. Es probable que, a pesar de su condición etérea, informe e inmaterial, sea el cielo uno de los motivos más frecuentes en la historia de la pintura, pues aparece por norma sobre el mar, las ciudades o el paisaje. Sin embargo, repetido siempre, nunca es el mismo. La variación infinita de tonos y de líneas de luz, reflejada en el lomo ondulado de las nubes y en las aristas del anochecer, generan un retrato continuamente cambiante, tan estático para la mirada instantánea como voluble frente al paso del tiempo.

La galería (luz y estructura)

Patios y traspatios han funcionado en las construcciones domésticas canarias como elemento vertebrador fundamental, como fundamentales son la estructura y la luz para la arquitectura. También para esculpir o pintar. Más allá del mero soporte iluminado, luz y estructura definen y articulan espacios y volúmenes, superficies y líneas. En este juego complementario, pasillos y galerías, que sirven de paso entre habitaciones o encierran los patios entre sus ventanas, se prolongan como elementos bisagra, los cuales permiten la comunicación eficaz entre estancias, aunque otras veces resultan laberinto oscuro en el que todo parece perderse, incluso las luces más radiantes de la mirada.

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La cocina (bodegones)

Lugar imprescindible en todo hogar, hogar ella misma, la cocina se halla ligada a procesos culturales en los que adquiere especial significación el diálogo y encuentro entre lo tradicional y la experimentación. En un camino similar, el bodegón en el arte, que de manera habitual estuvo alimentado sobre todo por los elementos y enseres propios del acontecer en este espacio (suculentos manjares, lozas y cacharros, o cristalerías de perfecta transparencia) fue considerado un género menor frente a otros como el histórico o el religioso, aunque despertó siempre, de manera destacada, el complejo desafío, artificial de por sí, que supone la representación de la realidad, así como del sugerente potencial de lo simbólico y la alegoría reflejados en sus objetos. Pero, también, la capacidad sorpresiva del arte para desbaratar o transfigurar la imagen de lo reconocible.

El comedor (costumbre e intercambio)

Los procesos de transformación a los que es capaz de llegar el arte tienen mucho que ver con los habituales de la alimentación y la digestión, vistos desde una mirada amplia y social. Pero, además, en el comedor suceden cuestiones que van mucho más allá de la mera ingesta; la comensalidad, el hecho de compartir mesa comiendo y bebiendo, está asociada a la transmisión y disfrute de valores e identidades culturales. En la mesa, como en el lienzo, reencontramos costumbres heredadas y repetidas, destiladas por el tiempo, y es asimismo en la mesa —y cuánto más sobre el lienzo—, en ese gesto de compartir recetas y disfrutar todas sus notas sensoriales, donde también buscamos con frecuencia la novedad de lo otro, incluso la manera extraña, que a menudo terminamos por hacer propia.

Las alcobas (retratos y cuerpos)

Existe noticia de quiénes fueron algunas de las personas que habitaron este inmueble, así como datos dispersos de cuál fue su historia. Pero la lista es solo parcial y el retrato de los conocidos resulta incompleto. En consecuencia, también lo es el de la casa, que además no ha parado de sufrir transformaciones y de ser adaptada a nuevos usos y necesidades surgidos a lo largo de más de dos siglos. Retratar el tiempo obliga a elegir instantes, y a interpretar además el antes y el después. Imaginar a quienes vivieron estos espacios invita a recrear sus rostros y cuerpos, la dureza de sus luces y sus sombras, o las búsquedas y destinos que anhelaron, trazando paisajes interiores posibles, construidos sobre la fina línea que a menudo transcurre entre el deseo y la memoria.

El oratorio (iconografía de lo místico y lo religioso)

Ocultas tras un burdo techo de cañizo durante décadas, las proporciones del artesonado de tradición mudéjar y la geometría perfecta de la decoración que remata su almizate, parecen señalar el uso diferenciado que en otra época debió haber ostentado este espacio. Presidiendo la parte alta de la escalera principal de la casa, serviría como antesala del salón principal, pero quizás fuera en algún momento pequeño oratorio, en el que la realidad visible de los elementos simbólicos quedaba completada por la devoción y la fe en lo invisible. Bajo esta dualidad contradictoria, se otorga todo el poder a lo inmaterial, aunque acudiendo a la capacidad iconográfica de cuerpos y objetos como vehículo de diálogo, ligados al rito y a la tradición. No obstante, también la costumbre cambia inexorable con el paso del tiempo, y varía por las circunstancias o según la mirada distinta de quienes las protagonizan y transmiten.

El salón (mito y paisaje)

La estancia principal de la casa estuvo destinada a recepciones y almuerzos de invitados. Un inventario de 1858 recoge en ella candeleros de plata, mesas de caoba y mármol o espejos con guarnición dorada, recuerdos de esplendor de clase. Medio siglo después, en 1903, se modificará la fachada del inmueble, ocultando la tradicional sencillez de lo doméstico –tapial, teja y madera–, tras un elegante frontispicio ecléctico, muy a la moda europea, en el que se entremezclan la ordenación clásica con breves destellos modernistas. Un espejismo de suntuosidad burguesa que tuvo su reflejo asimismo en la pintura en Canarias, sobre todo la de paisaje, la cual se movió durante el XIX entre el clasicismo y lo romántico, entre lo real y lo idílico, abriendo paso después al recuerdo del mito afortunado y al sentimiento regionalista, luego afrontado por la vanguardia con mirada de luz y síntesis. Para entonces, anfitriones e invitados ya habían cambiado de casa en sus paisajes.

El sueño

Al pie del salón, en este cuarto hubo guardados cuadros y esculturas de santos, vírgenes y paisajes. También, un confidente de caoba con forro de damasco y su almohada. Sobre sus recuerdos, el hilván del tiempo nos despierta en una estancia distinta, habitada por seres y formas improbables. Imposible entonces, surrealista ahora. Isla extraña dentro de una historia imaginada, fantasía de un sueño lejano que por fin llega. Cofre mítico entreabierto con nombre de mujer.