Exposición temporal

Malpaís

Hace ahora 125 años nació Agustín Espinosa, autor de la más sorprendente guía de la isla de las Montañas del Fuego: Lancelot 28º 7º. Por entonces, la representación de la naturaleza ígnea del archipiélago en el arte casi se reducía a los escasos ejemplos en que quedaron documentadas algunas de sus erupciones históricas, o al inventario de la geografía volcánica debido a científicos y turistas, atraídos por el registro de lo peculiar. Los pintores canarios relegaron las magníficas moles de lava a escenario lejano en los paisajes de los valles y los pueblos isleños, donde la realidad abrupta del malpaís inhóspito y la pelea con una tierra difícil, limitada y contradictoria, parecía diluirse como fondo de una estampa más amable. Pero, con el tiempo, la iconografía del volcán –la gran montaña cónica, la costa alcanzada por las coladas o el plano limpio de cenizas negras–, adquiere entidad propia, bien como experimentación estética sugerida por las formas caprichosas y sublimes nacidas de los fluidos magmáticos y la erosión, otras veces como indagación lírica del hombre en función de un paisaje solidificado en su retina y encostrado sobre el soniquete de una identidad siempre en ascuas.

También se cumplen quince años de la declaración como Patrimonio Mundial del Teide, que es, además, el más visitado de entre los dieciséis parques nacionales que hay en España, cuatro de ellos situados en Canarias. El reconocimiento del valor natural y cultural ligado a la actividad eruptiva en las islas supone el deber de desarrollar herramientas para su conservación, pero al tiempo puede que acentúe y acelere la amenaza de la sobreexplotación turística y la especulación a las que suele verse sometido aquello que es señalado como único.

Desde otra perspectiva, si compleja es la salvaguardia de nuestros monumentos naturales, no menor resulta el desafío que supone reconstruir buena parte de la isla de La Palma, que quedó engullida bajo el malpaís y las cenizas hace ahora un año, recordando historias conocidas siglos atrás. El tremor de la incertidumbre marca una vez más nuestro ritmo aislado. Tras el volcán, cuya sombra es alargada, queda el malpaís, tierra sin tierra, en la que brotar se hace improbable. Calcinado todo, cubierto de escorias y ceniza, el campo estéril de lava, caliente aún su rumor, no tardará, sin embargo, en abonar ecosistemas y roturar nuevas miradas que se unan a las aquí reunidas.

Eliseo G. Izquierdo