Exposición temporal

Futuro pasado, pasado presente

El tiempo, fisura que late, funciona como abertura por la que afloran de manera constante nuevos momentos, pero también es sima en la que se deposita al transcurrir. En ese ir y venir, su mero fluir alimenta la historia con pasados que no logran escapar al presente y futuros que fueron precipitando al instante en pasados. Y si bien el devenir frenético de nuestra hora parece haber licuado definitivamente el tiempo, no por ello este deja de ser deudor de la memoria y del porvenir, límites inexactos, al fin y al cabo, entre los que se mueve siempre el ahora. Medio siglo atrás, el mundo especulaba con la posible ampliación de sus márgenes más allá de los entonces conocidos. El cosmos parecía la nueva frontera a alcanzar, la cual aún hoy, inmersos en plena era digital, seguimos ansiando. Mientras tanto, nuestro propio planeta adivina futuros inciertos, consecuencia del crecimiento voraz y la sobreexplotación al que lo sometemos, empeñados en ignorar lo más básico que requiere la convivencia, imposible sin respeto y conocimiento del otro. Por eso, olvidar es ignorar. El peso sombrío de la injusticia y la sinrazón, sembrado a fuego y a fuerza en el surco de la conciencia, aflora perenne. Aun así, los desmanes de la historia y el ansia descontrolada por poseer y no comprender, siguen construyendo lastimosamente nuestro hoy, levantando alambradas incomprensibles ante la posibilidad de un mañana mejor. Y a pesar de todo, ese latir del tiempo, que hilvana de forma caprichosa futuro, pasado y presente, recogido en el diario inexacto que van escribiendo la mirada, el pensamiento o la forma, consigue despertar el sueño de amaneceres mejores, o al menos imaginar refugios posibles, como el del calor de un antiguo esmalte engarzado en el espejo de su escudo de acero.